Discurso como mantenedor de la Fallera Mayor de la Falla Plaza del Pilar,
María del Rosario Gil-Perotín Sánchez, Miércoles 4 de febrero de 1970
María del Rosario Gil-Perotín Sánchez, Miércoles 4 de febrero de 1970
Hace más de un mes llamó a mi casa un viejo amigo: un periodista
valenciano que me habló de tiempos pasados y me trajo recuerdos de mi
madre y de temporadas teatrales que perviven solo en la memoria de unos
pocos. Este amigo que dijo: “Narciso, mi hija ha sido nombrada fallera
mayor de la Plaza del Pilar. ¿Quisieras ser tú quien haga su
presentación y la de todas las muchachas que forman su corte de honor?”.
Yo acepté. Acepté no solo por la vieja amistad que a él me une, sino
porque se trataba de una falla y de Valencia.
Nací en América, en Sudamérica. El que un sudamericano elogie en una
ocasión como ésta a Valencia, sus mujeres, sus tradiciones, puede que
suene a piropo obligado, a homenaje dictaminado por las circunstancias y
la cortesía. Por eso, ya que he de hablaros de Valencia y los
valencianos, de fallas y falleras, de ninots y de fuego, quiero antes
contaros una historia. Es la historia de una muchacha que nació en el
Grao hace muchos años. Vendía pescado, llevaba los pies desnudos, los
tobillos al aire y apoyaba en su cabeza un gran cesto conteniendo los
frutos de la mar. Esta muchacha, sin ser aún mujer, se unió a un
catalán, cómico de la legua y ambos se fueron a América. A “hacer la
América”. A probar allí fortuna. Aquella muchacha del Grao era mi abuela
materna.
Todos mis abuelos eran españoles, por parte de mi madre, catalán y
valenciana. Por parte de mi padre, vasca y murciano. A sus hijos y
luego a sus nietos, aquellos cuatro españoles les hablaron de sus
recuerdos y de sus tierras, pero hubo una que ponía en sus palabras
mayor fervor que los demás, una pasión mucho más grande. Por eso,
aquella chica del Grao, cuando fue madre y luego cuando fue abuela,
durmió a sus hijos y a sus nietos contándoles cuentos de la mar y de la
huerta e hizo que aprendiesen cancioncillas infantiles que todos los
Serrador llevamos clavadas en la memoria: “Una estoreta velleta pa la
falla del tio Pep”. Nos enseñó pregones inocentes y alegres: “Tres
pardalets, una guilleta, jo sempre vaig amb bisicleta. Ploreu xiquets ,
que pardalets tindreu”.
Y así fue como un día en América nacieron unos pájaros no vistos
hasta entonces, unos pequeños pájaros hechos de barro y pluma por las
manos de una valenciana, para que sus nietos tuviesen también un
“pardalet”.
Por la abuela conocimos a Sorolla antes que a Velázquez, a Blasco
antes que a Galdós, a Serrano antes que a Falla.
Todos vosotros estáis acostumbrados a que año tras año, cientos de
oradores en los días anteriores a las fallas, glosen el levante, los
naranjales de la ribera, los arrozales, la pólvora, el ninot. Valencia,
en una palabra. Y como valencianos que sois, valencianos de sangre y
alma, os emocionáis y sentís un orgullo grande cuando cubren de piropos
a vuestras hijas y os alegráis con el retumbar tremendo de la mascletá,
la brillantez de la “Nit de Foc”, y la muerte trágica de los ninots.
Vosotros, valencianos, creéis conocer y entender las fallas mejor que
nadie, pero os equivocáis...
Decís que en las fallas hay alegría y tragedia, humor, sarcasmo, tradición y muchas cosas más, pero nunca habláis de la tristeza, porque nunca habéis visto una falla triste. Es imposible una falla triste. Cada cohete que estalla el 19 hace que se inicie en vosotros una sonrisa. Cuando el fuego trepa por las figuras, cogéis del brazo y cantando celebrais el San Josep de la estoreta velleta. No, vosotros, valencianos, no conocéis unas fallas tristes. No las conocéis porque a pesar de ser valencinos no conocéis todas las fallas. No conocéis las fallas de ultramar. Yo sí.
Decís que en las fallas hay alegría y tragedia, humor, sarcasmo, tradición y muchas cosas más, pero nunca habláis de la tristeza, porque nunca habéis visto una falla triste. Es imposible una falla triste. Cada cohete que estalla el 19 hace que se inicie en vosotros una sonrisa. Cuando el fuego trepa por las figuras, cogéis del brazo y cantando celebrais el San Josep de la estoreta velleta. No, vosotros, valencianos, no conocéis unas fallas tristes. No las conocéis porque a pesar de ser valencinos no conocéis todas las fallas. No conocéis las fallas de ultramar. Yo sí.
También este año, como todos los años, habrá en Argentina, en
Venezuela, en Méjico, un grupo de valencianos, que ante el asombro y la
incomprensión de toda una ciudad, en una plaza del extrarradio o en un
patio humilde, o en algún solar abandonado, amontonen cuatro muñecos mal
hechos y los quemen en la noche del 19. Los que por allí pasen
preguntarán “¿Y eso qué es?”, “¿Qué queman?”. “Es una falla”. ¿Y qué es
una falla?”. Y el valenciano de ultramar responderá con una sonrisa
triste. “Una falla es esto, es Valencia”. Valencia, que queda lejos,
demasiado lejos.
En estas fallas de ultramar no hay alegría, ni bullicio, ni riqueza.
Los pocos cohetes que allí estallan suenan como un eco lejano de los
cientos de miles que aquí retumban. Sus ninots son burdos, mal hechos,
sin gracia, porque allí no hay artistas que sepan crearlos. Estas fallas
humildes se consumen también en un fuego pequeño, ya que hacerlo grande
sería contravenir disposiciones municipales y así, junto a esas
hogueras tristes, muchos valencianos de ultramar, por su edad, o por
falta de dinero, o por absurdos motivos políticos, queman año tras año
la esperanza del regreso.
Sus hijas y sus nietas se visten de labradoras, como vosotras, pero
hablan con acentos extranjeros. Cuándo el pequeño cortejo fallero pasa
por las calles de la ciudad le siguen miradas de incomprensión “¿Y esas
chicas qué hacen?” “¿De qué van disfrazadas?” “¿Es carnaval?”. “No, son
valencianas”, vuelven a contestar los viejos emigrantes.
Sé que mi obligación esta noche sería la de glosar la fiesta,
vuestra belleza, tu belleza y tu juventud, Fallera Mayor. Sé que mi
obligación sería ensalzar la región y agregar alegría a esta fiesta de
alegría. Por eso os pido perdón por no saber hacerlo. Os pido perdón y
al mismo tiempo que comprendáis que mis fallas de niño fueron esas
fallas pequeñas y mal hechas, a las fallas que lejos de España levanta
la nostalgia y el amor inmenso de los valencianos que viven y mueren
lejos del Grao y la huerta.
Por eso me permito deciros que por mucho que queráis a Valencia y
por mucho amor que sintáis por vuestra tierra, que por mucho entusiasmo
que demostréis y volquéis en vuestras fiestas falleras, jamás sabréis
hasta que punto es fuerte la valencia tierra en la valencia sangre de un
valenciano, si no dejáis algún día atrás, muy atrás, vuestra región.
Pero pongamos punto final a estas palabras tal vez demasiados llenas
de nostalgia. Quiero que sepáis, querida Fallera Mayor de la Falla de
la Plaza del Pilar, muchachas de su Corte de Honor, que la falla de este
año, vuestra falla, no morirá cuando se extinga la última llama en la
noche del 19. No morirá porque los recuerdos no mueren. Por eso me
permito un consejo: en ésta vuestra fiesta, vuestra falla, abrid bien
los ojos, los oídos, hasta la nariz. Grabad en vuestra memoria hasta la
última mueca de los ninots. Haced que por vuestros tímpanos entren con
más fuerza que nunca himnos y pasodobles.
Aspirad la pólvora. Abrid vuestros cinco sentidos a olores, ruidos,
música, luces, colores, estallidos, risas, vida en una palabra, Valencia
en una palabra, para que esa falla no muera nunca en vosotras. Para que
así algún día podáis contar a vuestros hijos y luego a vuestros nietos,
como fue vuestra falla el día que fuisteis falleras. Si lo recordáis,
la falla de este año no morirá entre las llamas. Si lo recordáis podréis
luego contarlo, como a mí me lo contaron una vez siendo muy niño y
estando lejos, muy lejos de Valencia.
En nombre de aquella pescadera del Grao que duerme para siempre en
tierras de América, en nombre de todos los valencianos que el día 19 no
reirán ante sus pequeños fuegos y sus cohetes tristes, sino que sentirán
Valencia mucho más que vosotros, agradezco que me hayáis permitido el
lujo y la valentía de hablar de fallas a falleros y de Valencia a
valencianos.
Muchas gracias.